martes, diciembre 05, 2006

¿Indigo?

Llego con toda la resignación del mundo a la sala de clases del sexto año A. Para esta jornada tenia preparada una actividad que no me provocará tanto desgaste físico y mental. Me demoro lo de costumbre en tranquilizar a los alumnos, los cuales no dejan de gritar y saltar por todos los sectores del aula. Levanto la voz y reprimo hasta que se callan. Explico como se lleva a cabo el proceso independentista Chileno acentuando los factores externos e internos que dieron origen a la emancipación de nuestra nación. Para reafirmar estos conceptos, los hago dibujar un graffiti que represente los anhelos de libertad de los criollos. Los alumnos me piden a gritos que los deje ir a trabajar afuera de la sala, -como buen profesor- le contesto que sí.

Extrañamente la clase camina de maravilla, todos dibujan a conciencia su afiche. Dialogo relajadamente con algunos alumnos. Me siento feliz por el relativo éxito de la jornada, de la admirable responsabilidad y motivación que están mostrando los energúmenos de siempre.

Mientras recorro el patio la profesora del quinto A, me pide que me acerque a ella.

- Hola Profesor Roberto- dice la profesora Patricia- ¿quiere sorprenderse?

- si, por supuesto, para eso estamos, para sorprendernos de los alumnos- digo tratando de mostrar seguridad.

-Profesor Roberto, le Presento a Elías Messina.

-Hola Elías, es un gusto conocerte- digo cortésmente.

Y estrechamos nuestras manos como caballeros.

-Elías como tiene los tobillos el Profesor- dice misteriosamente la Profesora Patricia.

El muchacho de tez blanca y ojos dormidos, me mira los tobillos lentamente, piensa unos breves segundos y me dice:

“usted tiene los tobillos gastados. Tiene los huesos gastado de los tobillos.”

- ¿tiene solo un tobillo gastado?- dice la profesora.

- no tía Paty, tiene los dos tobillos gastado, es más tiene una pequeña inflamación en la rodilla izquierda.



Era verdad, hace menos de un año había sufrido una rotura del tendón de Aquiles, producto de una descompensación muscular y al desgaste de los tendones por el mal cuidado de lesiones anteriores y a sucesivas tendinitis. Un pequeño dejo de sorpresa se deposita sobre mi piel erizada. El muchacho tenia razón, el último diagnostico del doctor Ramírez al entregarme el alta, era que tenia los dos tendones gastados, y en esos momentos tenia mucho más dañado el tendón izquierdo que el tendón recién operado.

- si tienes razón Elías.


Miro a los ojos a Elías, tiene un gesto en el rostro que lo hace distinto, no es paz, tal vez sea la ausencia de miedo, no lo sé, lo único que percibo es algo especial que lo circunda y no tengo claro cuál es la causa.

- ¿Profesor Alberto, está sorprendido?- dice la tía Paty.

- No demasiado tía Paty- contesto tratando de parecer tranquilo.

- Haber profesor, de la vuelta y muestre su espalda al niño- dice la tía Paty tratando de convencerme de lo especial que era Elías.

- Aquí en la espalda, si que tiene la escoba- dice el niño con sorpresa.

Ahora si que me descubrió, el niño vio mi secreto más oculto, que fui victima de una decena de puñaladas. El corazón se aprieta al sentirme desenmascarado.

- ¿y que tiene el profesor, Elías?- dice la tía Paty.

- bueno aquí, en esta zona tiene el disco de la columna gastado y esa vértebra está inflamada.

Durante toda la semana había sufrido de insistentes dolores de espaldas, especialmente cuando estaba demasiado tiempo sentado o de pie.

Elías lo había logrado, me convenció, estoy cagado de miedo, doy completa validez a sus palabras. Y lo peor es que inmediatamente volvieron los dolores de espalda.

Al despedirme la tía me dice que Elías era un niño Índigo.

Me despido caballerosamente del muchacho, como si nada hubiera ocurrido.

En el almuerzo expongo el tema a mis colegas, y la Tía Eva la mayor de la Planta de Docentes, me comenta algunas de las misteriosas características de Elías, la que más me llama la atención, es que el jovenzuelo tiene la capacidad de hablar con los espíritus de personas que ya han abandonado este mundo. Un silencio recorre la sala, un silencio frío como una amenaza.

Al terminar mi jornada, tomo mis petacas, y salgo directo a sacar un bono para visitar al médico.